Por fin se atreve a escribir. Olvida por un tiempo su cigarro y deja que se consuma en el cenicero. Está segura de lo que tiene que decir. Su diestra sujeta el papel. Una mano propia de la elegancia. Uñas pintadas con delicadeza, una solitaria pulsera de perlas y la textura de una piel que se camufla en lo oscuro de una ajada mesa. El humo del tabaco se contonea frente a la mirada de la necesidad. Un teléfono al que le queda una última llamada, una ventana que nunca más se cerrará, unas flores que marchitarán, los libros que jamás volverán a ser leídos y un abrigo de piel en el respaldo de la silla. En la finura de la sutileza ella respira al contemplar que tiene más cerca la libertad.
¿Por qué no soñar con un lago sombrío al que le invade la niebla del anticipo al fulgor de la claridad? Aún siguen sonando las palabras que sacó de su alma. Se siguen interponiendo las frases de un adiós en la silueta de un tren que atraviesa el puente al deseo. Se sobreponen aún las huellas del recuerdo de una conclusión manifiesta en una carta con la prolongación de las letras y la memoria de una retirada en un sobre con un solo destinatario.
El teléfono que por fin sonó y que nadie lo quiso descolgar. Ella recoge lo poco que la mantenía en el pasado, ella no quiere mirar atrás. Cierra la puerta que no abriría de nuevo. En su mente los golpes furiosos de una cascada marcaron el principio de un nuevo camino. Hacia allí fue llevada por un tren. Sus ruedas gritan con chillidos que todo vuelve a empezar. Transcurre por la tranquilidad de un cielo despejado, de un paisaje reposado donde irrumpe el aullido del desahogo.
Las lentes del escritor descansaban ante el acomodo de una realidad. Él no se cansaba de inventarla. –Ella se va de la casa, se dirige a la estación y toma el siguiente tren- Pensaba en ella como si no existiese. Divagaba en la ilusión de algo que no fue, pero que deseó que hubiese sido. Ella es Charlotte, ella es su yo.
Siento la necesidad del aire de ayer. La mirada al pasado me invita al recelo que choca con la furia de mi nostalgia. No es necesidad, es mi vida. Mi tren oculto entre bosques y desierto borra sus pasos esquivando la verdad mordaz. ¿Nuestra historia llegó así a un final sin relieve alguno? Nadie fue tan feliz como tú en esta relación. Mi fragilidad urge un apoyo. Lo diste todo sin pensar. ¿Y yo? Fui desgraciada por no haberlo dado todo y no haber sabido gozar de esta oportunidad. Pero quizá soy yo la que se equivoca. Mi confianza trueca en mi voz y mi vista tiende al sosiego. Quizá la realidad es distinta a la percepción que tengo de ella. Es imposible saberlo. Pero no se trata solamente de esas cosas. El deseo va siempre más lejos. El deseo. ¿Todo ha terminado? Es casi ridículo. La vida parece a veces un error cometido por alguien que hace de nuestra existencia una especie de mascarada. La superficie marca lo confuso de mi realidad. Tengo deseos. ¿El amor? Ruego por disfrazar mi engaño. Chamela. México. Mi voz la acalla un silbido. Sé su significado, pero no acepto haber conseguido escapar. Me aseguro de mi realidad y me reafirmo en la apariencia. Sí. Todo ha terminado. Mi última oportunidad se cierra. Perdón, disculpe. En busca de ser dichosa entre tanta fortuna me acomodo hacia el tanteo de lo próximo.
Como base mis directrices. Los focos se preparan y la actriz se maquilla para la escena. Para empezar, un plano medio de ella. El título de mi película debe ser “Charlotte”. Estaría muy contento si Babelsberg, Mosfilmo sobre todo Cinecittà se encargara de la filmación. Un plano medio mientras mira a la ventana de lo pasado con el entrecomillado de unas cortinas. Y en esto sus palabras.Los deseos también están mezclados con el miedo de perder mi libertad. Temo perder mi libertad. ¿Sus palabras? Ya nadie cree eso. Soy yo el que se sienta a ver lo perdido. Pero ¿Cómo se puede perder algo que no se posee realmente? Sigo sintiendo la necesidad de ese tren a mi libertad. Yo no poseo libertad alguna. Es todo. ¡No! Por supuesto, él no está aquí. ¿Soy la esclava de mi deseo de ser libre? Hay un deseo que me hace actuar. Un deseo que me impide actuar. Es un deseo que es más fuerte que todos los demás. Quiero ser libre. Sí. ¿Qué es más importante para mí que ser libre? Quizá ¿mi propia conveniencia? ¿Qué quiere decir? Mi escritura es libertad. Esta copa de vino también es mi libertad. Libertad. Apenas es una palabra. Una palabra que ni siquiera tiene un significado preciso. Es solamente una obsesión. Una idea. Un fantasma que viene de mi imaginación. Uno con el que construyo todas mis cadenas. Un fantasma hermoso y terrible. Creo haber nacido libre. Creo tener derecho a vivir libremente. Pero quizá también me equivoco con esta creencia. Hay demasiados limitantes. ¿La vida es solamente una ilusión? ¡No! Yo, yo no lo sé. Solo necesito de mí misma para salir y recuperar mi vida, mi ser, mi identidad. Sí, a veces tengo la impresión de estar perdiendo mi identidad. ¿O debo seguir siempre el mismo camino, el mismo destino? ¿Mi destino de buscar una libertad imposible? ¿Seré libre algún día?
Todo se acabó. No queda nada de lo que él era. Ya no están ni él ni su copa de vino. Nadie se va a volver a sentar frente a esa mesa. Frente a esa ventana. Quizás se brinde por una libertad que nadie sabe si llegó. Solo quedan las pruebas del plan marcado. Una máquina de escribir, el papel, la carta, la pluma. Es posible que él vuelva a escribir. No lleva mucho tiempo siendo libre. Su cuaderno se cerró. Nadie sabe si abrirá otro. Su vista ya no se dirigirá a nada.