Puede esperar sentado quien pretenda
hallar una fuerte trama de acontecimientos entre las líneas de Industrias y andanzas de Alfanhuí, del
polifacético Rafael Sánchez Ferlosio. Y es que lo importante en esta obra no es
qué le pasa a Alfanhuí, sino simplemente que le pasan cosas. Es un bellísimo e
imaginativo canto al puro andar los días. Fugazmente pasa el protagonista de
recolectar hierbas a ser boyero, de ser taxidermista a practicar la mendicidad;
lo central no es qué baldosas se encuentra en su recorrido, sino el andar su
camino hasta el final por mor de andarlo. Ya que hemos sido arrojados a la
vida, ¿por qué no aceptarla en su cambiante multiformidad y hacer del defecto
virtud? Tal es la filosofía de vida de Alfanhuí: un increíble positivismo
frente a todo lo que le sucede, no solo aceptando lo que le toca, sino
disfrutándolo, viviéndolo, haciéndolo suyo. Y, curiosamente, es de esta manera
tan sencilla, tan humilde -tan limpia, como recuerda Agustín Cerezales en el
prólogo- como pasamos de la simple vida a una paleta llena de colores, capaces
de maravillarnos como si siguiésemos siendo niños inocentes. Y es que no es
otra cosa Alfanhuí sino inocencia.
Junto a ésta destaca otro elemento
en la obra: el sueño. No sería justo hablar de fantasía porque el eje central
del libro no se apoya en ella. Aquí no hay fantasiosas luchas, mágicos
aconteceres o mitológicos personajes que acaparen nuestra atención principal.
Es mucho mejor hablar de ensoñamiento. En los brazos de Morfeo vivimos cosas
que, obviamente, no se dan en el mundo real, pero lo interesante es que
seguimos actuando junto a ellas como si de lo más simple y banal se tratase. No
tenemos el sentimiento de fascinación frente a la grandeza de luchar contra un
dragón, sino la simple alegría de ver los vívidos colores de las flores, solo
que ahora las rosas mutan cromáticamente, como la luz atravesando los finos
hilos de fibra óptica; es la belleza de siempre de los pájaros en su elegante
vuelo, con el matiz de que ahora tienen cinco alas y sus plumajes parecen obra
de artistas circenses; el árbol en el que jugábamos de pequeños ahora en vez de
savia destila zumos de colores. Redescubrimos así la realidad que siempre nos
ha rodeado solo que desde la imaginativa perspectiva de los sueños.
Pero no se trata de un dormir
profundo, pesado. Podríamos pensar en las líneas casi psicodélicas de Gérard de
Nerval, en donde vamos descendiendo cada vez más en profundos niveles de
sueños, desorientándonos, llegando a dar incluso sensación de angustia.
Ferlosio rescata las coloridas e imaginativas letras de Nerval, las despoja de
todo enrevesamiento, y las junta con la cándida inocencia de la Alicia de Lewis
Carroll. Surge así el plácido sueño de una tranquila siesta en verano, al aire
libre, sobre la hierba, los rayos de sol calentando nuestra tez pero sin llegar
a quemar, con una muy leve brisa de fondo, un sueño del que nos despertamos con
renovadas energías, descansados, con ganas de afrontar lo que sea. Esa
sensación es la que provoca Industrias y
andanzas de Alfanhuí.
Matt K. Lann
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