Hola,
me llamo Jaime P. Nací en Segovia,
a pesar de no haber pisado nunca sus calzadas o visto su acueducto. Nací con la
República, mas tengo treinta años. Dejé de escribir con quince, tras un mes de
escritura frenética. La hoguera del tiempo consumió mis pensamientos. Mi primer
recuerdo es de una navidad en casa. Estábamos los cuatro: la muerte, la luna,
el silencio y yo. Yo tendría apenas tres años cuando me incorporé del nicho,
corría el año 36. La casa era de una planta, hundida por el peso de la
melancolía, rodeada por un hermoso páramo sobre el cual nunca voló una
mariposa. A diferencia de mi tocayo ya durmiente, no puedo decir que fue la mía
una infancia feliz. Quizás me di a la bebida demasiado pronto y olvidé lo que
es disfrutar estando sereno.
Aprendí
a sumar con las colillas desechas por mi hermano. Los palos fueron mi lápiz y
mi papel el desierto. El cielo reflejaba mis versos mientras el maestro los
borraba en el examen final, con lágrimas de disgusto. La escuela era la calle,
y yo siempre hacía novillos. Me gustaba soñar y crear identidades: haber nacido
en una familia marginal y tener al menos una sola razón para quejarme.
Mi
primera novia fue la contraportada del AS. Era como acudir a un burdel de lujo,
nunca repetía. Sin embargo, nunca disfruté tanto como cuando le hice el amor a
Ella. Con Ella era distinto. A Ella la amaba, no era una más. Todavía me
acuerdo que fue con doce años una mañana de junio cuando amé a la Palabra por
primera vez. Allí estábamos los dos, expertos en nuestra inexperiencia. La
monté sin tregua. Me adueñé de su esencia con la pasión del que se juega todo
consciente de que es ahora o nunca, Consciente de que sería la última vez que
la podría besar. Consciente de que sería la última vez que podría tocar su
cuerpo, palpar sus pechos, gozar su cuello, lamer su sexo. Mi pene erecto se
erguía orgulloso ante la mera presencia de su ser.
Mi
única aspiración poética y vital es poder mirar a Cervantes a la cara, igual
que él a Virgilio, ser el orgullo de mis padres. Quizás, por medio del relato
breve no pueda, tal vez no consiga el éxito durante mis días, pero mi obra será
leída. No caeré en la hipocresía de Kafka, yo seré el que la queme en los
labios de los lectores y el que haga latir sus corazones. No un amigo. En cada
palabra pondré mi alma, en cada frase robaré un segundo del lector, en cada
sueño dormiré junto a Don Quijote en la cueva de Montesinos, mientras Daniel me
crea en tu realidad.
Jaime P.
0 comentarios:
Publicar un comentario