martes, 27 de octubre de 2015

Martín Fierro

     El poema narrativo del autor argentino José Hernández, Martín Fierro (1872), supone la cumbre de la poesía gauchesca. El hecho de que el autor tratara al personaje con la mayor seriedad posible, con la idea de presentarlo a la sociedad a grandes rasgos, pero de manera fiel (como afirma él mismo en su prólogo cervantino); supuso una innovación, pues hasta ese momento el gaucho había sido una figura que, en el ámbito literario,  se había utilizado como motivo de burla a costa de su ignorancia.

     Hernández, conocedor de la falta de educación de la que carecían los gauchos, no cae en la paradoja del autor del Lazarillo, en la que el narrador en primera persona emplea un estilo inalcanzable para alguien sin estudios como es Lázaro. Para ello, el autor propone una narración de carácter oral que permite al gaucho expresarse sin problemas, pues aunque no es "cantor letrao", si se pone a cantar las coplas le van brotando "como agua de manantial". Este rasgo cantarín, muy probablemente, favoreció en gran medida la difusión del poema entre los gauchos y campesinos analfabetos, entre los que el poema se hizo muy popular desde su publicación.

      La obra consta de dos partes, conocidas como La ida y La vuelta. Como dato anecdótico se podría señalar que esta última no estaba planeada en un principio, al igual que la segunda parte del Quijote, sino que fue el tremendo éxito que tuvo lo que llevó a Hernández a redactarla. En ambas se critica el trato que reciben los gauchos hasta el punto de que el protagonista llega a decir que "el ser gaucho es un delito" (1ªparte, v.1324). Fierro se queja de  ser un hombre perseguido por la sociedad, lo cual le ha obligado a encontrase solo (se reencuentra con sus hijos en La vuelta) y a tener que irse a convivir con los indios, donde sufrirá una serie de vivencias que lo marcarán muy hondamente, como la muerte de su amigo Cruz o la brutalidad de estos.

      Con respecto a los indios, no todo son cosas negativas. El autor, a través de los ojos de Martín Fierro (al igual que hace Cervantes en Rinconete y Cortadillo con el mundo del hampa, un mundo ajeno completamente a la civilización al que no es fácil acceder) nos enseña la manera de vivir de los indios: sus costumbres (2ª parte, vv.475-ss), su brutalidad y, al mismo tiempo, sus cualidades positivas— que parecen ser un toque de atención a la gente civilizada—. Me refiero sobre todo a lo pacientes y respetuosos  que son con los caballos a la hora de domarlos, lo cual logran sin necesidad de darles un solo golpe (vv.1419-1424); o al hecho de que los botines que consiguen los repartan por igual (vv.637-642). Esto último es muy interesante porque contrasta con la avaricia y el desigual trato que reciben los gauchos en la frontera, cuando no son pagados por sus servicios militares (1ªparte, vv.3605-08; 2ª parte, vv.709-792).



      Muchas cosas más se podrían añadir sobre la obra, pero por una cuestión de extensión no me será posible comentarlas. Así, habrá que dejar para otra ocasión el análisis del juego de narradores de la segunda parte que nos ofrece otros puntos de vista que coinciden con el de Fierro (Hijo Mayor, Hijo Menor, Picardía—cuyo relato presenta relaciones con la picaresca y Cervantes—o el Moreno), la humanidad del protagonista que se preocupa por sus hijos perdidos o el momento en que él y Cruz ayudan al enfermo de viruela cuando están con los indios, por mencionar un par de ejemplos. Sin olvidarnos, claro está, del final del poema en el que se muestra, por un lado, que el color de piel es un mero disfraz y que lo que importa es la persona (algo importante si lo enfocamos desde el punto de vista cientificista, surgido a raíz del positivismo que se engendró en Hispanoamérica en 1867) y, por otro, el canto final de Fierro  con un fin didáctico-moral. 

Gabriel Bravo Rodríguez

1 comentarios:

Unknown dijo...

Me parece muy interesante

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