Imagínense que alguien les hubiese venido a contar uno de los sucesos más escalofriantes que ha sufrido en sus propias carnes. Unas circunstancias donde se vio oprimido. Unos episodios por los que política y socialmente se vio apartado. Hechos en los que cualquier otro como usted mismo hubiese actuado de otra manera. Es más, contemplen por un momento la idea de que aquello que es tan estremecedor se lo cuentan de forma remilgada. Es posible que la primera impresión que le dé a entender esté entre lo incomprensible y lo confuso. Pero si yo le dijese que la opresión viene por parte de una dictadura y la persona que se lo cuenta es una Loca, seguramente llegue a pensar que se trate de algo así como la sinopsis de Fresa y Chocolate o el resumen de El beso de la mujer araña. Lo cierto es que no andarían muy lejanos los tiros.
Tengo miedo torero (Chile, 2001) es la novela y Pedro Lemebel su autor. En ella nos presenta a un ‘Molina’ que encarna hasta el extremo el rol femenino, sin haber significado en su figura, solo reivindicación. Por otro lado un ‘Valentín’ igual de activista pero más afable. Ambos avanzarán en el argumento de la novela, consiguiendo que con el transcurso confundamos sus identidades. Sancho pasaría a ser Quijote y Quijote algo Sancho. Habrá gigantes pero no habrá Dulcineas. La Loca de enfrente, que es así como se llama nuestra, o nuestro, protagonista, acogerá algunas pertenencias del otro personaje principal,Carlos. Lo que descubrirá con el tiempo es que en ellas iba a estar el cambio, su transformación.
Por otra parte tendremos a la figura de Pinochet aplastada por la única persona que estuvo por encima de su territorio. Ni subversivos ni otras fuerzas políticas supieron amedrentarlo tanto como la mujer que nos dibuja Lemebel. Pinochet es el dictador, pero es ella la que tomará el mando en el lugar donde la fuerza se hará más evidente, el hogar. Por hacerlo más fácilmente entendible, ella sería sus lentes solares. En la dirección a la que apuntase su vista ella siempre tendría qué decir. Su voz irritante terminará de definir el molde de un personaje paródico y redefinitorio.
Quién sabe lo mucho que llego a releer y modificar su texto Lemebel. Acertadamente ha podido llegar hasta nuestras manos una obra cuyo lenguaje está muy bien trabajado con el que tendremos una narración cursi que equilibra con una literatura al nivel de Puig. La Loca camina y deja huella. Sus andares lingüísticos no son ni de un lado ni de otro. Es una marcha políticamente femenina. El rastro de ella en Carlos crea que argumento típico de película, al que solo le falta un cierre de cortinas al final.
Si queda aún imaginación, fantasee con una ranchera cantada por Mendoza, o si no saben quién es, figúrese que le canta Luis Miguel un bolero. Así tenemos una trama algo tratada, pero particularmente original y con diálogos singulares que hacen al lector más perspicaz olvidarse de quién es quién, y que, mientras disfrutan de ambos personajes, se exasperan con una situación tristemente angustiosa, donde el tirano será menos tirano y la mujer más poderosa aún si cabe.
Marco A. Lescano
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