Querido yo, 24/01/2016
digo yo porque no sé tu nombre. No se puede nombrar a quien carece de identidad. Perdona mi digresión, probablemente te estés preguntando por qué te escribo. Te escribo porque a pesar de que te desconozco, eres el único a quien puedo confesar un temor que me acecha en los últimos días, en las últimas semanas. Siempre he sido una persona insegura, marcada, tal vez, por unos comienzos complicados, a la sombra de árboles más altos mi cuerpo era un pobre helecho con las hojas hacia abajo, sin garrapatas, puro y marginal. El paso de los años me ha ido llevando a conformar una personalidad fuerte, pero vacía. Presumo de adaptarme a las circunstancias cuando en realidad eres tú el que las adapta a mí. Me hago fuerte en mi debilidad, frágil como el pétalo de la amapola, endeble como la tierra ante el mar.
Llevo tiempo buscando un camino, quizás de ahí que sueñe rápido y pretenda tener el futuro amarrado cuando todavía el pasado no ha llegado. Desperdicio las oportunidades que me van llegando como gotas de lluvia en una tormenta de verano. No sé por qué ese empeño en sacar el paraguas o de esperar debajo de un balcón sin más abrigo que el miedo y la soledad en un mundo en que la compañía se convierte en ancla, en alas de gallina. No es preciso presentaciones, sabes de quién te hablo, sabes el error que posiblemente he cometido; el tiempo dará la razón o se la quitará a aquellos que golpean mi cabeza con sus duras palabras mientras tú me lees en pasado, mientras yo te escribo en futuro.
¿Tú también crees que me he equivocado? Hace doce días que pasó el plazo. No me voy a disculpar por esta rima que en mis últimos escritos, si yo fui quien los hizo, se empieza a imponer, anegando el mutismo de la prosa en el molesto canto del gallo, hermoso para demasiados pocos, odioso para escasos muchos. No te preocupes, no haré una hoguera con mi llanto, mas sí pulsaré un botón para que navegue las agua hacia la otra ribera. No obstante, ya esparcidas están sus ramas por el suelo fértil de la correspondencia. Trataré de recoger sus hojas en el parque de mi silencio.
La vida espera impaciente al otro lado de la ventana, mas yo me hallo en la penumbra de mi cuarto. La gente de mi alrededor (a un paso, a un millón) revolotea en mi cabeza como golondrinas a las que no puedo, no quiero asir. El sentimiento naciente se muestra indeciso. El abrazo de la soledad es tierno, las palabras se apelotonan a mi vera con intención de que las asimile. Me dejan verlas, sentirlas, mas no tocarlas, nunca poseerlas. Sus significados y sus matices se hacen inefables, incoloros en cuanto las rozo con la suavidad de mi cabello. La vida retirada es una opción que ahora contemplo. Ya pasó la edad de ser pirata, soldado o vaquero; ahora, en ese preciso instante que surca las aguas del pasado ajeno a mi mirada, oculto tras la niebla del tiempo, vagabundo en el océano de la edad; ahora, en aquel incierto instante, tú me pides que desaparezca. Me pides que me evapore, que me convierta en ese prófugo al que nadie persigue pero al que quizás algunos añoren.
¿Cuánto duraríamos tú y yo? No mucho. No tendríamos boli ni papel. No tendríamos un ordenador donde confesarnos, para qué hacer más historias si ya miles de millones de árboles han sufrido la ira de las palabras mal escritas, los besos de la tinta de algún que otro desdichado con algo que decir. Nuestra vida sería un continuo peregrinar, se acabó el cuarto caliente y la comida fría. La basura sería nuestro restaurante, las calles nuestro hogar, el hielo nos daría calor, el sol contemplaría nuestro adiós. Adiós a una vida ausente de sentido. Adiós a sufrimientos absurdos cuando el dolor y el miedo y las humillaciones y la sinvida se esconden en otros rincones ajenos al de mi habitación.
Tengo veintiún años y hoy estoy preparado para morir. Escribo estas líneas y me tengo que detener, pues hasta el último pelo de mi cuerpo se ha erizado ante lo que escribo, ante lo que me dictas, ante lo que copio. Quizás él no lo esté todavía, tal vez, cuando me levante, yo tampoco desee subirme al autobús plagado de viajeros. Si yo muero hoy, ayer ya estuve muerto, solo te quedan a ti estas líneas. Son tuyas, si son de alguien. No valen mucho, quizás ni dos colillas gastadas por el paso de los años. En ese caso, sabrás cómo me siento sin haber fumado. Sin haber reído. Con el abrigo puesto y el bloc de notas preparado para el siguiente viaje, viaje en el que intuyo que no tendré tiempo para escribir.
Tú
1 comentarios:
Impresionante, Dani, de verdad.
Espero poder publicar algo más de tus obras cortas en la revista de la asociación en futuro (todavía no sé si soy capaz de ocuparme del proyecto sin ayuda de los demás), si hay que cultivar el gran talento que se desarrolla por aquí. Sigue escribiendo, ya tienes a una fan polaca de lo que creas.
Un saludo cordial,
Ilona.
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