- A lo mejor tiene calor.
- No creo que sea eso. A ver, quizá te sea difícil de creer pero ella ha cometido algún tipo de delito. Me gustaría equivocarme, pero no es ningún delito menor.
- ¿Por qué piensas eso?
- Tiene la mirada de aquel que se siente culpable. No para de restregarse las manos en los vaqueros, como si se estuviese secando ¿Quién intenta secar repetidas veces aquello que ya está seco? Solo un loco o un asesino.
- Estás delirando. ¿A quién pudo haber matado?
- A su madre.
- Déjalo, esta vez no has jugado bien. Has exagerado mucho las cosas. No has hilado bien la historia.
- ¡Oye! ¿te ocurre algo?
- No, es solo que ya no me apetece jugar.
De repente la blancura se apoderó
del gesto de Gabriel y solo pronunció tímidas palabras sin darles un final
cifrable- No será…
- - Sí, ella era…
Algo hizo que la joven se girase
y mirase Gabriel, quien estaba solitario en las escaleras de la entrada de una
iglesia con la mirada fijada en ella. La muchacha de azul retomó su marcha.
Ellos dieron por concluido el juego. Quizás la próxima vez que se vieran
podrían acabar esa partida.
Antonio L. Carrera
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