II
De la libertad y el descontrol, ahora me embarco
en la censura y el autodominio. La elección de dejarla escapar me oprimía.
Dadas las circunstancias prefería eso a ver un futuro distanciado de ella. A
quién quiero engañar. Lo que no quería era llegar a verla triunfar con otro. Mi
dejadez, no, mi desfachatez me llevaba a no querer presumir de ella. Solo era la
importancia que mi silencio le daba. La angustia de ser menos me llevaba a
enmudecerla más. Luego con ella era otro el que se dejaba ver. Quizá la cara
del disimulo se mostraba moderada. Elegí enseñar la postura más fría que tenía.
De vez en cuando, al mirarme en el reflejo de sus apenados ojos, podía llegar a
ver la figura de mi padre. Pero ella me quería así. Y yo la quería por ello.
Camino sin ninguna proyección trazada. Fraguo
entre charcos que empapan mis nuevas zapatillas. ¿Qué importa? No importa. Nada importa a estas horas. Solitario y
silencioso, me siento grande ante edificio. Desciendo escalones con la
prontitud del calmado. Camino con los brazos alzados. Mi diligente mano detecta
la frescura de las hojas. Sin embargo, la indolente siente los restos de la
insultante brisa que dejan los vehículos. Levanto la cabeza sin conseguir
distinguir estrellas. Decido adentrarme por la inseguridad del parque. Acompañado
por la oscuridad me dirijo hacia la luz que se puede ver entre las aberturas
del portón de mi edificio, como siempre, mi seguridad.
No puedo abandonar este sentimiento de vacío y
oquedad al castigarme y lanzarme ciego y alejado de la serenidad a mi desdichado
quebranto. Mi pesar fue y es causa del descontrol de mis sentidos. ¿Quién es más culpable, el que mató el alma
o el que pudo evitar su muerte y no lo hizo? Y así diariamente. Lo que se
oculta detrás de un antifaz de cordura y satisfacción es en realidad el gesto
de uno que vuelve a la incomprensión y el desamparo. Ahora de nuevo me hallo
entre dos caminos distantes. No me queda más que olvidar mis criterios, buscar el consuelo momentáneo y la afable
accesibilidad de mis aliados.
Como Cliff Richard vocifero la dificultad de enlazar
palabras. Protesto con el mentón enhiesto por no tener la facilidad de producir
lo que observo. Proyectar mis sensaciones y decir algo con ello. Amenazar al
mutismo sin estruendos con la calma del que maneja a su antojo. Pero callo y ando.
Nada más. ¿Qué sentido tiene escribir?
El mismo camino que dibujé cuando lo dejamos. La
misma banda sonora. Tengo cada palabra amartillada en mi ser. La lentitud de
mis zancadas, el aliento de la lluvia aproximándose, los dos gotas por mis
mejillas y las ganas inmensas de apalearme. Todo eso fui y aún me sigue
confundiendo tu discurso inestable. Te odio y te anhelo. Sé que me ves porque
yo puedo verte. Como antes, te vuelvo a callar. Y repetidas veces me calmo,
confirmo un silencio y después me pregunto:
- - ¿Por qué te quiero Tanto?
Antonio L. Carrera
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